El Carmelo
Historia del Carmelo
Los carmelitas son una familia religiosa perteneciente a la Iglesia católica. Su nombre proviene del Monte Carmelo, que es el lugar de sus orígenes.
Hacia finales del siglo XII, durante el período de las cruzadas, un pequeño grupo de ermitaños latinos se estableció en la ladera del Monte Carmelo, con el deseo de imitar al profeta Elías, adoptando una forma de vida eremítica.
Siguiendo las huellas de la experiencia del profeta, con la misma pasión con la que él proclamó: «Ardo de celo por el Señor, Dios de los ejércitos», los ermitaños emprendieron una vida de silencio y de soledad, habitando en las grutas de la montaña y meditando la palabra del Señor.
Entre el 1206 y el 1214 el prior, del que se conoce solo la inicial del nombre, pidió a Alberto, Patriarca latino de Jerusalén, de aprobar para los ermitaños una regla de vida. De este modo consiguieron ser acogidos oficialmente como comunidad en el ámbito de la Iglesia local, preludio para el reconocimento como Orden religiosa, que tuvo lugar algunos decenios más tarde por parte del Papa. Pocos años después, hacia el 1220, construyeron en medio de sus grutas una capilla dedicada a la Virgen, que fue considerada por los ermitaños como madre y patrona, modelo de vida y de oración.
Las excavaciones llevadas a cabo en los años 50 y 60 del siglo XX por el arqueólogo franciscano Bellarmino Bagatti sacaron a la luz las grutas primitivas y los restos de varios muros, entre los que destaca la gran capilla.
Alrededor del 1240 iniciaron las primeras fundaciones de conventos en Europa. También el rey de Francia, Luis IX, de vuelta de la cruzada (1254), se llevó consigo algunos carmelitas, favoreciendo así su expansión.
En el 1291, con el asedio y la conquista de San Juan de Acre por parte de los Mamelucos, los carmelitas se vieron obligados a abandonar la Tierra Santa por alrededor de dos siglos y medio.
En los siglos XIV y XV Europa acusó una fase de grandes cambios culturales y sociales que influyeron en el modo de vivir la vida religiosa. La nueva sensibilidad hizo que se considerara deficiente el modo en que se vivía en los conventos y que se hiciera urgente una renovación, que adoptó como elemento de referencia los orígenes míticos de las Ordenes religiosas.
La adaptación de los Carmelitas a la vida de la ciudad, lo que significó algunos cambios en la interpretación de la Regla, supuso también un debilitamiento de la vida eremítica tal y como la practicaban las primeras generaciones.
Teresa de Ávila, la gran reformadora del Carmelo, entendió que el punto de referencia más sano para vivir la propia vocación era el retorno a la Regla primitiva. Junto con algunas hermanas, animadas como ella por grandes ideales y deseos, con medios pobres y tantas dificultades, fundó en el 1562 en Ávila un pequeño monasterio en austeridad, silencio y pobreza, un lugar donde conjugar la vida comunitaria y la dimensión eremítica.
Gracias a la estrecha relación entre ella y los carmelitas, Juan de la Cruz y Antonio de Jesús, el 28 de noviembre del 1568 se fundó el primer convento de Carmelitas descalzos en Duruelo (España).
Una decina de años después, para salvaguardar la propia identidad, los Carmelitas descalzos, mediante el Breve «Pia consideratione», del 22 de junio del 1580, obtuvieron del Papa Gregorio XIII la facultad de erigirse en provincia autónoma dentro de la Orden del Carmelo.
El año siguiente, durante el capítulo provincial de Alcalá de Henares (España), fue elegido el primer provincial de los Carmelitas descalzos en la persona del P. Jerónimo Gracián y fueron aprobadas las propias Constituciones.
El sueño de los carmelitas de volver al lugar donde nació la Orden se realizó en el 1631, gracias a la obra del P. Próspero del Espíritu Santo, que construyó un pequeño convento sobre el promontorio del Monte Carmelo mirando al mar, en la zona donde actualmente está el faro. Los frailes vivieron ahí hasta el 1761, cuando Zahir al-Umar, elegido gobernador de Galilea, les ordenó abandonar el lugar e hizo demolir el convento.
El lugar donde se situaba el antiguo convento está todavía en poder de los Carmelitas. Dentro de este espacio se encuentra la gruta donde el P. Próspero vivió hasta su muerte, que tuvo lugar el 20 de noviembre del 1653.
Sucesivamente los frailes se trasladaron al lugar actual. Construyeron una gran iglesia y un convento sobre las ruinas de una iglesia medieval griega conocida como «Abadía de Santa Margarita» y de una capilla de época bizantina.
La nueva iglesia fue seriamente dañada durante la campaña napoleónica del 1799. Muchos soldados franceses, heridos y enfermos, fueron alojados en el convento. Con la retirada del ejército napoleónico los turcos expulsaron a los frailes y arrasaron completamente el complejo conventual.
En el 1821 Abdulla Pasha, gobernador otomano de Acre, ordenó la destrucción total de la iglesia. Las piedras fueron usadas para construir un palacio para su residencia estiva. En el 1846 el edificio fue restituído a la Orden del Carmelo.
La iglesia actual y el convento fueron construidos después siguiendo el proyecto y la supervisión del carmelita descalzo fray Giovanni Battista Cassini, experto en arquitectura. Los trabajos iniciaron en el 1836.
Tres años después el Papa Gregorio XVI otorgó a la iglesia el título de Basílica menor. El santuario recibió el nombre de Stella Maris, que significa «Estrella del mar».
Carisma teresiano
El origen del Carmelo renovada y la naturaleza misma de la vocación están estrechamente unidos a la vida y al carisma de Teresa de Ávila, que a partir de sus gracias místicas emprendió un camino de renovación, haciendo de la oración y la contemplación el compromiso de toda su vida.
El Carmelo renovado es como el «pequeño grupo» de los seguidores de Jesús en el Evangelio y consiste en un estrecho número de monjas empeñadas en vivir el Evangelio y en observar la «Regla Primitiva» en soledad y en rigurosa pobreza.
Teresa, conocedora profunda de la Iglesia, de los sufrimientos y de la problemática de su tiempo, aporta a la nueva familia del Carmelo también el espíritu apostólico. Su vida de oración y de escondimiento la vive como un servicio a la Iglesia.
Por último, la vocación de las Carmelitas descalzas queda completamente definida cuando llegan a oidos de Teresa las dificultades de la Iglesia de su tiempo para llevar el Evangelio a las nuevas tierras de misión. Esta conciencia acrecienta su preocupación y su pasión por las misiones, refuerza el ardor apostólico y la induce a implicar en su proyecto de renovación también un pequeño grupo de frailes que compartiesen su mismo espíritu.
En todos los viajes emprendidos para fundar nuevos monasterios Teresa desea conservar intacta la herencia del Carmelo. Su devoción a la Virgen del Carmen, las raíces bíblicas, los profetas, los padres de nuestra tradición, la fidelidad al espíritu genuino de la Regla, junto con un renovado ímpetu apostólico, son para ella los pilares de la revitalización del carisma.
En Juan de la Cruz, que providencialmente comparte con Teresa la Reforma, encontramos la imagen viva del verdadero carmelita. Ambos introducen un modo nuevo de vivir, basado en las más genuinas tradiciones de la Orden.