“Mi carta que es feliz pues va a buscaros,
Cuenta os dará de la memoria mía.
Aquél fantasma soy que, por gustaros,
Jugó a estar viva a vuestro lado un día”.
Amado mío: ¡tan lejos, tan cerca!
Como te he añorado en todo el tiempo en que la vida nos ha separado. Pero esto sólo unió más. Cada uno es el lugar que nos corresponde, trabajando por mantener unida esta familia que los dos creamos. Lo que es la razón de nuestra unión, es al mismo tiempo mi gloria y mi tormento.
Nunca pensé que nuestra unión llegaría ser lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida.
Mi vida era una vida normal. Con sus altas y sus bajas. Con sus luces y sus sombras. Son sus alegrías y sus penas. Normal en definitiva. Hasta podría decir que era una vida muy plena. Pero un día te conocí…
Ese día todo cambio para mí. El sol se hizo más luminoso, pese a ser un día nublado. El aire era más limpio, aunque en la ciudad no es que sea demasiado oloroso, cargado con el olor de a gasolina de los coches, pocos, pero suficientes. El rostro de las personas con las que me relacionaba cambió.
¿En qué? ¿Por qué? No sabía decírtelo. Pero al mirarlos pensaba en ti; los miraba y todos parecían que eran distintos. Me era más fácil tratarlos. Me sentía más a gusto relacionándome con todos. Los soportaba con más facilidad. Y es que de alguna manera todos ellos me recordaban a ti. Y eso me hacía sentirte más cerca. Y sabiendo que te volvería a ver, el corazón saltaba con tal fuerza, que muchas veces pensaba que se me iba a escapar del pecho.
Tenía unas ganas increíbles de cantar. Saltar y bailar. Y no había tristezas, ni dolores que no pudiera soportar con una sonrisa.
¿Sabes que muchas veces el verme sonreír en situaciones poco favorables, decían que estaba un poco tocada? ¡Qué tontos! ¡No saben, los pobres, lo que es estar enamorado hasta las trancas!
¡Cuánto dolor pasamos juntos, y cuantos peligros. Cuando la sombra de la muerte aleteaba a nuestro alrededor! Pero conseguimos mantenernos juntos. Juntos nuestros cuerpos, protegiendo el de nuestra hijita. Nos mirábamos y nos sonreíamos, unidas nuestras manos. ¡Siempre, siempre juntos, hasta que la muerte nos separe!
¡Qué dolor y qué esperanza durante tu enfermedad! ¡Qué poco tiempo pudimos estar juntos! Pero tu rostro, es una imagen que vive en el rostro de las niñas. Es una caricia en mis oídos el eco de tu voz. Las niñas esperan que un día puedan volver a ver a papá. ¡Tan lejos, tan cerca!
¡Mi amor, tanto te amo, y tan amada me siento por ti, que el tiempo no cuenta: la distancia no existe! Tu corazón y el mío laten con un único latido. Amamos lo mismos, esperamos lo mismo, sufrimos por lo mismo. ¡Vernos de nuevo, vivir juntos de nuevo para siempre! ¡Cómo nos complementamos tú hombre, yo mujer! Pero juntos somos un solo corazón en dos cuerpos, a pesar del tiempo y la distancia.
¡Tan lejos, tan cerca! Te has ido. Pero no importa el tiempo que tardo en reunirme contigo. No has estado junto a las niñas mientras crecían. Pero nunca has estado lejos de sus corazones. Se han hecho mujeres, como los dos pensamos que fueran. Te han hecho abuelo. Pero tú siempre has estado presente entre nosotras. En lo que yo he sido capaz te han sentido parte de sus vidas. ¡Tan lejos, tan cerca!
Pero ya es llegado el tiempo. La separación llega a su fin. De nuevo juntos. Juntos por toda la eternidad.
“¡Oh Padre de las almas pecadoras,
conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, y por muchas horas:
Más sufrí por más tiempo todavía!
¡Adiós, adiós! ¡Como hablo delirando,
no sé decir lo que decir quisiera!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
Que sufro, que os amo…, y que me muero!”
¡Ya llego mi amado! ¡Juntos para siempre!
Tu esposa que nunca te olvidó.
Carmen.