Fuente: https://delaruecaalapluma.com/

Este lunes de Pascua, el papa Francisco ha partido a la casa del Padre. Su muerte nos entristece, pero también nos llena de esperanza: la que nace de saber que quien ha gastado su vida sirviendo a la Iglesia, ya se ha encontrado con el rostro misericordioso de Dios.

Desde este rincón del Carmelo, queremos recordarlo con especial gratitud. A lo largo de su pontificado, el papa Francisco tuvo gestos entrañables hacia nuestra familia. Nos acompañó con palabras profundas, con gestos sencillos y con una cercanía que no olvidamos.

En 2015, con motivo del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, escribió dos cartas: una carta a la Orden y otra al obispo de Ávila. En ellas, recordaba cómo la Santa, a partir de su encuentro con Cristo, vivió “otra vida” y se convirtió en una incansable comunicadora del Evangelio. Decía que no quiso ser “espectadora” ante un mundo que ardía, sino que se entregó, desde su pequeñez, a seguir y a vivir el Evangelio con radicalidad. “Esa dimensión misionera y eclesial —escribía— ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo”.

También afirmaba, con belleza y verdad, que sería hermoso poder tener a Teresa delante y preguntarle tantas cosas. Pero —añadía— su testimonio sigue alentándonos a entrar en Dios, para salir a servir a los hermanos.

Años después, con ocasión del 50º aniversario de la declaración de Teresa como doctora de la Iglesia, volvió a escribir sobre ella. La llamó “una mujer excepcional” y recordó que su llama sigue brillando en este mundo, tan necesitado de testigos valientes.

La pequeña Teresa también estuvo muy presente en su pontificado. Le tenía una profunda devoción. En 2023, publicó una exhortación apostólica sobre su “caminito” de confianza en el amor misericordioso de Dios. “Es la confianza —decía— la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer”.

Hace justamente un año, en abril de 2024 se reunió con un grupo de carmelitas descalzas que preparaban la redacción de nuevas Constituciones. Les habló con ternura y lucidez: “La vocación contemplativa no lleva a custodiar cenizas, sino a alimentar un fuego que arda de manera siempre nueva”.

Su último gran gesto hacia la Orden fue la beatificación de la madre Ana de Jesús, en Bruselas, el pasado 29 de septiembre. Allí recordó cómo, en medio de tiempos difíciles, su vida sencilla, hecha de oración y caridad, atrajo a muchos hacia la fe.

A lo largo de estos años, el papa Francisco ha llevado en su corazón a los santos del Carmelo. Y nos ha enseñado, como ellos, a confiar, a servir, a caminar con sencillez.

Hoy lo despedimos con inmenso agradecimiento. Y rezamos para que escuche ya esas palabras que tanto esperó:
“Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21).

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