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Ha llegado una nueva Navidad, en medio de un mundo convulso, un mundo agitado por varias guerras, de cuyo alcance no somos todavía conscientes. Miles de niños en refugios, huérfanos, heridos y muertos. Nos preguntamos con angustia ¿dónde está Dios? ¿acaso se ha olvidado de nosotros? ¿no le importa el dolor de esos niños?, ¿de sus madres?

Desgraciadamente estas son las preguntas que nuestro mundo materializado e inmerso en una actividad egoísta y sin control se hace, y no encuentra la respuesta. Porque la respuesta a tanto dolor, a tanto sin sentido no hay que buscarla fuera, sino dentro de nosotros, en ese trocito de cielo donde el Señor ha dejado su huella, que es el alma. Y buscando dentro, los niños son los que primero encuentran respuesta, porque su alma es limpia como el agua cristalina, y ellos intuyen que un Dios Padre está cerca y les protege. Los adultos hemos perdido esta fe rotunda y nuestra alma, en vez de ser cristalina, se ha hecho opaca ante los sinsabores de la vida. Nos hemos olvidado de Él: nuestro Amigo entrañable, nuestro Compañero infatigable y leal.  Pero si levantamos la mirada al cielo y observamos el azul nítido que nos hace presentir nuestra futura morada, entonces vislumbramos que el Señor está cerca, que en un acto de Amor infinito se ha convertido en un precioso Niño que mira a esa Madre María, que no sólo le quiere, sino que le adora; sus miradas se entrecruzan en un éxtasis de amor.

Entonces, ante esa visión, nuestra alma se limpia, se vuelve transparente, y la esperanza vuelve a nuestros corazones, porque ese Niño nos hace renacer en el espíritu, abre nuestro entendimiento, y la luz prodigiosa de la Divina Misericordia invade el alma. Entonces comprendemos que Él está aquí, a nuestro lado, en medio de este mundo convulso, y nos muestra el camino que hemos de seguir. Nos da paz y nos hace mirar al futuro con otra mirada ilusionada, pensando que algún día, como prometió Nuestra Señora en Fátima, su Corazón Inmaculado triunfará y el Señor, ahora Niño, será el Dios Eterno que dará sentido, por fin, a la existencia del hombre.

María Giraldós

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