Por Javier Melloni sj
En los Evangelios se dice que quien quiera seguir a Jesús debe morir a sí mismo. Jesús también tuvo que morir; si no, no hubiera habido resurrección. Nosotros también tenemos que morir con Él para desprendernos de nuestra autorreferencia. Si deseamos participar de la plenitud de Jesús, debemos pasar por esa muerte. Pero esa muerte no es nuestra disolución sino nuestra liberación. Una vez más recurrimos a la imagen de la gota de agua: cuando se funde en el mar pierde su contorno, pero no pierde su acuidad. Nosotros pensamos que somos el contorno y nos identificamos con él, pero en verdad somos el agua que está dentro de ese contorno y lo que hay que soltar es esa membrana, que no es lo que somos sino lo que limita lo que somos. Quien lo entienda, que camine confiadamente en la clave de la no-dualidad; a quien no le resuene, que no se agobie, porque ya se le dará a entender. Pero quisiera transmitir que el paradigma de la no-dualidad no va en contra del cristianismo, sino que, al contrario, pone al alcance de todos lo que antes solo era para los místicos. La novedad del tiempo presente es que lo que hasta ahora había sido el punto de llegada, hoy está llamado a ser punto de partida. Los textos de Teresa de Jesús, de Juan de la Cruz, del Maestro Eckhart, que solo leía una minoría, hoy son necesarios para que pueda caminar la mayoría. Ahora bien, tampoco se pueden banalizar. Sin la muerte del ‘yo’ no hay experiencia mística. Para adentrarse en ese bien mayor hay que dar un salto de confianza y atravesar esa muerte, que tampoco le fue ahorrada a Jesús. ¿Es solo para los místicos esa experiencia o es tiempo de que la hagamos todos? Lo que era antes punto de llegada, es ahora punto de partida, solo así podremos ser plenamente cristianos…