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(Jn 1,1-18): En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD (CICLO C)
(Eclo 24, 1-2. 8-12; Sal 147, 12-15.19-20; Ef 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18)
El prólogo de Juan se repite como evangelio en varias celebraciones de la Navidad. Su cadencia litúrgica, conocida y extraña al mismo tiempo, apenas nos deja fijarnos en su riqueza, y así habitualmente se convierte en palabra que lleva el viento. Probemos pues a decirlo de otra manera, y luego volvamos al original.
Hay un lugar donde está la vida, desde siempre, vida que da vida y la deja en libertad para que viva, vida que se dice y que puede escucharse en su alegría. Lugar ancho nunca oscurecido por la muerte, porque allí la vida es entera luz de vida.
Muchos han hablado de ella a tientas, porque la intuían, la deseaban, la buscaban, e invitaban a otros a unirse a ellos. Muchos juanes bautistas con diferentes túnicas, palabras y gestos, aunque todos apuntaban a eso desconocido que se expresa en nosotros, como de pasada, haciéndonos desear más y más desde esta torpe y limitada vida que nosotros somos.
Y esta vida se dijo en Jesús como verdad de vida en medio de la confusión y las mentiras que nos decimos para engañarnos mientras intentamos huir de nuestra pobreza de muerte. Y esta vida se hizo carne compañera para decirnos que estábamos llamados a la vida con mayúsculas, a pesar de no poder sobrepasar por nosotros mismos esta forma de vida minúscula en que vivimos.
Pero seguimos sin creerlo, por eso termina siempre arrinconada cuando es lo que más necesitamos. Y todo porque nos asustaba el camino para vivirla del todo, el camino del amor que se nos da. Porque esta vida está hecha solo de amor, y por eso es siempre una promesa eterna de ese amor que no anula nada de lo bueno, y que lo promociona y ensancha haciéndolo de todos, ese amor donde no hay ni posesión, ni muerte.
Esta es la vida que nadie ha visto jamás y que llamamos Dios, y que se nos escapa de las manos cuando queremos dominarla con nuestros artificios. Y esta vida, que es Dios, es la que nos ofrece Jesús. Una vida para todo tiempo y situación, porque estamos hechos para ella, porque ella quiso hacerse para nosotros. Y este es el evangelio que nos salva. Y quien lo intuye se pone en camino para llegar a donde ya está, pero habitado por esta vida de amor que lo hace todo eterno y lo llena de alegría; y no se calla, sino que invita a todos a recibir lo que, sin saberlo, están esperando.

Francisco García Martínez es doctor en Teología dogmática por la Universidad Gregoriana de Roma. Desde 2005 enseña en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, donde ha impartido Teología Pastoral. Actualmente es profesor de Cristología y Misterio de Dios, y decano de la Facultad de Teología de dicha Universidad.
Entre sus publicaciones cabe destacar: La humanidad re-encontrada en Cristo, Salamanca 2006; Jesús el Cristo siempre vivo, Madrid 2009; y El Espíritu, misterio de Dios y del mundo, Madrid 2011.