Nuestra Fuerza, la Esperanza.
En una vida de soledades, donde parece que no encajas en ninguna parte, creces sintiendo que la soledad es algo natural. A los pocos años te das cuenta que puedes estar rodeado de gente, pero que en realidad no te ven. O al menos es la sensación que percibes.
Pero un día, la sensación de aislamiento es tan grande, que intentas huir. Huir de una vida en la que no pintas nada. En la que nadie parece necesitarte. Y es en ese momento cuando percibes que hay “Alguien” para quien eres precioso, necesario, imprescindible.
De repente pasas de ser un ser inexistente a un ser pleno de sentido.
Y sin saberlo aún, sin entender lo que está pasando, te has convertido en un ser de incalculable valor. Un ser del que van a depender muchas personas, quizás sin ser conscientes de esta dependencia. Pero ese “Alguien” te necesita para sostenerlos. Te has convertido en puntal de una Bandera.
Te basta con saber que eres importante e imprescindible para ese “Alguien”. Y sientes que tienes una vida plena. Y en realidad, lo es. Plena en todos los sentidos en que un ser humano puede desear que sea su vida.
Y después de pasar muchos, muchos años. Aquellas personas que dependían de ti, han partido, una a una. Y tu vida ha sido tan plena, que los que han ido llegando después, aquellos a los que tú has formado, son tan libres, que ya no precisan de ti.
Te has convertido en una imagen, muy querida, a la que todos miran con cariño y ternura, pero a la que nadie le pasa un paño para quitarle el polvo, pues es tan fuerte y firmen, que nunca ha necesitado de ayuda.
El puntal de la Bandera ha realizado su labor. La ha mantenido firme e inhiesta, en medio de todos los vientos que la han azotado.
Ahora el puntal está debilitado, pero el firme de la Bandera es tan fuerte, que no se nota que el puntal es casi un objeto de adorno, o poco más. Los tiempos han cambiado y las bases sobre las que se asienta la bandera, son distintas. Propias de los tiempos en que vivimos. El viejo puntal, ya no es necesario para sostenerlos.
Y el viejo puntal siente saudades de aquellos a los que sostuvo en otro tiempo. De aquellos tiempos, solo queda él. Y se pregunta: “¿Para qué me necesitas todavía?”
Mi misión ya ha pasado. Si entonces no pertenecí a “mi tiempo”, menos pertenezco a éste. Un tiempo en el que parece haber más medios para comunicarse que antaño, pero que en realidad estamos más incomunicados que nunca.
Bueno, si por un lado la soledad de los hombres se hace más notable, tengo que reconocer que la compañía de “Alguien” es más intima, y reconfortable. Y la sensación de acurrucarme junto al Compañero de siempre, es más cálida y apetecible que cualquier otra compañía.
Las saudades compartidas, son más confortables y entrañables.
“Lirio de Getsemaní”