En esta DECADA DE LOS OCHENTA estoy aprendiendo que la vida es un largo camino por el que vas perdiendo partes de tu vida. Partes de tu existencia. Partes de ti mismo. Partes dolorosas y partes entrañables. Pedazos de corazón.
Dice el Génesis que Dios tomó un poco de barro y creó a un hombre, y al verle solo, hizo dormir y sacándole una costilla, formó con ella a una mujer, para que fuese su compañera.
Siempre me pareció un relato muy tierno, pero lleno de fantasía e irregularidades. Porque el hombre tiene tantas costillas como la mujer. Y cuando las personas se mueren, con el tiempo desaparecen todo… menos los huesos. No, el hombre no es de barro.
A lo largo de mi vida he ido intuyendo cómo creó Dios al hombre. Lo creó de sentimientos. Y algo intangible, y que somos incapaces de describir, ni de imaginar. Algo que llamamos, pomposamente, RECUERDOS.
Recuerdos que algunas personas son capaces de alejarse de ellos, hasta el punto que parece no haber existido nunca, o ser una lejana imaginación. Algo que no vale la pena intentar revivirlo.
Pero para otros, es algo que permanece vivo. Pese al tiempo que pase. Ese algo siempre está presente en sus vidas. Sigue viviendo en ellos. Algo que les da fuerzas para seguir siendo como son. Es algo que les hace ser diferentes. Ser ellos mismos.
Porque, aquello que fueron perdiendo a lo largo de sus vidas, sigue vivo en ellos. Son lo que son, por aquello que quedó atrás, que ya no es. Pero que sigue vivo en ellos.
En esta DECADA DE LOS OCHENTA, no sé si es algo común para todos, pero para mí, es una etapa de aprendizaje. Solo queda aquello que perdí.
La Sociedad en la que me toca vivir, no se parece en nada a la Sociedad en la que nací y me crié. El concepto de “ser sociable” es totalmente opuesto.
Quizá esto sea una “Ley de Vida”, que se repite en cada generación. No lo sé. Pero personalmente, yo no me siento miembro, parte de esta Sociedad. Y es ahora. En días como hoy, en los que soy más consciente de lo que he perdido. De lo que se ha quedado atrás.
Antaño, un día como hoy, todas las mañanas, mamá me despertaba con una lluvia de besos en una mejilla, y al terminar me decía: “De tu padre”, y luego me daba otro aluvión de ósculos en la otra mejilla, y al terminar decía, como pidiendo perdón: “Estos son míos”. Yo me hacía la dormida para que ella me despertase. Luego me agarraba a su cuello y la llenaba de besos, mientras la decía: “Felicidades, señora, ha sido una niña”.
Cuando llegó el tiempo de ser yo la “madre de mi madre”, todos los 4 de julio era yo quien la despertaba entre besos diciéndola: “Felicidades, señora, ha sido una niña”.
Pero ya no tengo a quien decir:”Felicidades, señora, ha sido una hija”. Y algo dentro de mí, me llega como en oleadas que parece que me van a ahogar.
Y es ahora cuando comprendo de qué creó Dios al hombre. LO CREÓ DE Sí Mismo. Lo creo de AMOR, DEL AMOR QUE ES LA ESENCIA DEL MISMO DIOS, TRINO Y UNO.
Un día hablando de mis sentimientos con un sacerdote, unas veces las lágrimas se me escapaban, y otras sonreía. Al cabo él me comentó: “Que extraña eres. Según hablas entra los nubarrones de tus tristezas, salen rayos de sol que lo iluminan todo. No te puedo entender. Las lágrimas y las sonrisas se mezclan continuamente” “Es porque Dios me sostiene” le contesté, sin ser muy consciente de lo que decía.
Pero hoy a los ochenta y cuatro años, de caminar por esta mi vida, lo entiendo.
Estoy hecha a imagen y semejanza de Dios. Estoy hecha de la esencia de Dios. Del AMOR DE DIOS.

Carmen.