Salvador Rivera García, nació en Salvatierra, Guanajuato, en el año de 1934, un 27 de junio. Como todos, fue un niño travieso y juguetón, pero también muy industrioso y avisado, ya que para ayudar a la economía de la casa, vendía paletas, alquilaba patines y también organizaba funciones de títeres. 

Sus primeros estudios los realizó en Salvatierra. 

Desde chico, ya empezaba a dar trazas de su vocación, pues desde los 12 años ya daba catecismo. A los 14 ingresa a la orden de los Carmelitas Descalzos, al Colegio Preparatorio, Colegio Menor, Toluca, México, el 7 de diciembre de 1948, después hace su noviciado en Querétaro. El joven Chava siempre fue muy deportista, pues jugaba futbol y le gustaba mucho nadar. 

Toma el hábito el 10 de octubre de 1952, haciendo su Profesión solemne, en el Santuario de la Virgen del Carmen, San Ángel, D. F., el 24 de noviembre de 1956, de este día el padre Chavita, recordaba: “Mi Profesión de Votos Perpetuos, fue como una ratificación de lo que yo había creído: que es voluntad de Dios que yo viva, al estilo del Señor Jesús, una vida llena de trabajos y de humildad, de oración, de intimidad con el Padre y de servicio a los hombres. Dios me ha concedido la gracia de nunca volver a dudar de mi vocación” 

De 1957 a 1960, el hermano Salvador hizo la teología en el convento de San Joaquín, ya entonces hacía sus “pinitos” escribiendo tanto en el “Mundo Mejor” que editaban los Carmelitas, como en un periódico mural que mantenían los estudiantes titulado “El Precursor”. 

Posteriormente viaja a Washington, D. C., a estudiar por un año, ordenándose sacerdote el 29 de junio de 1960, en la Catedral Metropolitana de manos del Señor Arzobispo Miguel Darío Miranda. Una vez ordenado, quedó adscrito a la comunidad de San Joaquín, donde se ocupaba del Catecismo de los niños, su gran ilusión desde pequeño, lo cual ya había emprendido siendo estudiante, mandó imprimir un cuadernito para acostumbrar a los niños a responder en la misa, en aquellas reformas que se hicieron antes del Concilio Vaticano II. Además de atender la Iglesia, tuvo durante 1961 y 1962 la responsabilidad de dirigir la revista “Temas de Espiritualidad”, que entonces editaba la provincia. 

En 1963-1964, estudia en Roma teología espiritual en la Pontificia Facultad Teológica del Teresianum, para lo cual, parte hacia la Ciudad Eterna el 9 de octubre de 1962, lo cual le dio la oportunidad de participar el 11 de octubre en la inauguración del Concilio Vaticano II, de la cual recordaba: “fue un gran día para nosotros, un día histórico para toda la Iglesia. Nos apretujábamos en la Plaza de San Pedro, todos, de todos colores, de todas las lenguas, de todos los rincones de la tierra, esperando el paso del Papa, para recibir su Bendición. De pronto el Coro del Vaticano entonó el Credo y unido a ellos cantó todo el pueblo. No puede uno sino estremecerse al ver esta explosión de fe, entusiasmo, alegría espiritual”. 

Preparando su regreso, escribió: “Yo vuelvo con mucho gusto y con el optimismo de siempre a tratar de hacer algo donde me pusiese la obediencia. Yo sigo pensando en la revista (Temas de Espiritualidad), sigo haciendo planes; ejercicios espirituales… y pienso… en tantas cosas… Y deseo finalmente sólo una: cumplir cada día mejor la voluntad del Padre”. Una vez llegado de Roma, tuvo durante medio año de 1964 el encargo de la disciplina de los estudiantes del Colegio Menor, (San Joaquín) el 6 de julio de 1964 dirigiéndose a su superior el P. Juan Vega, decía: “V. R. sabe que sólo he anhelado una sola cosa en la vida: cumplir con fidelidad, con sencillez, con amor, la voluntad del Padre, como la cumplió Cristo N. Señor… Por eso estoy aquí. Pero en el fondo de mi alma junto con esto he deseado otra cosa: servir a Cristo en tierras de misión… toda la vida. No sé si Dios me llame para eso… Él dirá”. 

Recibe su nombramiento para la Misión en el Salto, llegando a Tamazula, pueblo situado en el occidente de Durango, el 14 de enero de 1965, donde permanece hasta el 25 de enero de 1967, fecha en que se traslada a Tayoltita, un pueblo minero, escondido en las serranías de Durango, un lugar agreste no sólo en su paisaje, sino también en su modo de vida. Ahí el vicio y la bebida y los pleitos eran cosa de todos los días, ahí su vida cambió drásticamente. 

El 15 de Mayo de 1969, fue invitado por los maestros del lugar a celebrar con un día de campo el día del maestro, al tirarse un clavado al río y sin darse cuenta de que se había formado un banco de arena, el padre Chava quedó encajado ahí, sufriendo una doble lesión en la columna, quedando cuadripléjico, lo que significa que no podría mover ni sus brazos, ni sus piernas. 

Pasó años hospitalizado, primero en la Cruz Roja de Durango, donde lo llevaron en avioneta de Tayoltita, atendido por el Dr. Manuel Basauri, del 15 de mayo de 1969 a junio de 1971, luego en la Ciudad de México, en Tlalpan. Estos fueron tiempos tremendos, de gran desolación, así como su oración… cual angustioso salmo: 

En 1972, a invitación de la señora Ernestina Mc Kinley, el padre Chava participó en la fundación en México de un movimiento que cambiaría la vida de muchas personas que, como él, tenían algún tipo de limitación física… La Fraternidad de Discapacitados Físicos, la Frater. 

Este movimiento se había iniciado en Francia por el padre Henry Françoise en 1942. En él, la persona con limitación es alguien más que un mero testigo, es un agente activo de evangelización, en la Frater se promueve la amistad y la realización integral de sus miembros. Así el padre Chava participó y promovió la fundación de la Frater en la ciudad de México, luego en Guadalajara, y así siguieron Aguascalientes, Atotonilco, Mérida, Zamora, Morelia, Arandas, Tijuana, Córdoba, Ciudad Altamirano, Uruapan, Puebla, Atlixco, León, Orizaba, San Juan de los Lagos, Zapopan, Tepatitlán y varias más. El padre Chava estuvo pendiente siempre de todos estos grupos, visitándolos, impartiendo cursos, motivándolos. 

Ya con su salud más estable, y en su silla de ruedas, llega a Guadalajara en el año de 1976, al lugar que sería su casa los siguientes veintitrés años… el Centro de Espiritualidad de los Padres Carmelitas (CESP). Ahí coincidió el padre Chava con el padre Carlos Martínez, uno de sus más cercanos amigos en el Carmelo. Así, el padre Chava fue testigo de la transformación de este lugar, y años después disfrutaba el platicar de las aventuras y anécdotas con su amigo Carlos, y su infaltable “socio”, señor san José, para realizar su obra. 

En el CESP hay bellas fuentes… Pero hubo una sumamente especial… Una fuente oculta… como un manantial subterráneo… que corría por la casa del Padre Chava… fuente de vida espiritual, de reconciliación, de esperanza, de oración, de amor, de alegría… pues, quien aquí llegaba, nunca salía como había entrado. 

Su casita, situada enseguida de la capilla, era un pequeño departamento, ahí tenía todo lo necesario: un estudio que hacía las veces de oficina, biblioteca, sala de juntas, cuarto de tele, comedor, recibidor, confesionario, oratorio, en fin de todo, era de veras de usos múltiples, con su cocina incluida, su cuarto, su baño y el cuarto de su “ángel de la guarda” de turno… la madre Carmelita, la madre Juanita y ocasionalmente, la madre Jose. 

Con el cuidado, cariño y entrega verdaderamente evangélicos de estas mujeres fuertes del Carmelo -ellas son carmelitas del Sagrado Corazón- la vida transcurría día a día, sólo que esos días no eran muy tranquilos que digamos… 

A pesar de la severísima limitación física del padre Chava, su actividad era increíble: confesaba, dictaba correspondencia, celebraba misa, salía a visitar enfermos, redactaba temas de estudio, planeaba y realizaba retiros espirituales, asesoraba a la Fraternidad de Enfermos y Limitados Físicos (Frater), viajaba… en fin, no paraba. Aquí, como en todo su caminar, tocó muchos corazones y propició cambios profundos en muchas personas, y a los doce años de su ausencia, su querida Frater sigue adelante, fortaleciéndose con su memoria y sus enseñanzas. 

A través de los años, fue en verdad impactante observar la vitalidad y dinamismo mental y espiritual del padre Chava, y dejarse envolver por él, de su intensísimo amor y gozo por la vida, a pesar de su total inmovilidad física. Pero ésta fue afectando sus órganos internos, en especial sus aparatos respiratorio y digestivo. Estuvo hospitalizado en muchas ocasiones, pero su entereza era tan admirable que hasta en el hospital, trabajaba y atendía personas, y un día, su organismo no resistió más. Murió el 21 de Diciembre de 1997. Tenía 53 años.

La vida del Padre Salvador fue tan admirablemente heroica, su obra tan valiosa, 

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